Por Mar Goizueta.
La infancia de los niños de los años 70 y 80 fue un territorio de tiempo indefinido y de mentes nuevas casi fundidas en una mente común. No importa si éramos demasiado pequeños para ver con plena consciencia una serie cuando se emitió, o si en realidad fueron los amigos o hermanos o primos mayores los que la disfrutaron en su plenitud. Si unos la vieron, los otros también. Además, la impronta de todo lo que ocurría en esos mundos pequeños, era casi eterna y se prolongaba en juguetes, papel, cintas de vídeo o juegos improvisados, como ocurrió con la serie nacida de la imaginación del dibujante japonés Go Nagai. Por eso, todos los niños fuimos Koji Kabuto a los mandos de Mazinger Z o Sayaka Yumi gritando ¡Pechos fuera! desde el interior de Afrodita A, la compañera de Mazinger durante una buena parte de los capítulos de la serie. Y aquí es necesaria una aclaración: hay quien dice que jamás lo gritó, pero lo hizo en al menos una ocasión ―tengo pruebas―, suficiente para marcarse a fuego en miles de cerebros ávidos de expresiones divertidas.
Desde su primera emisión ―en Japón en 1972, a España no llegó hasta 1978― Mazinger Z se quedó para siempre como parte de la mitología de varias generaciones ―a pesar de que aquí ni se emitió entera la primera vez ni se volvió a emitir hasta los 90―, consolidó el género mecha y ha servido de inspiración a obras muy posteriores como Pacific Rim, de Guillermo del Toro.
Y muchos años después, la niña que fui y sigo siendo pudo disfrutar ―con los ojos como platos durante 95 minutos― una nueva aventura del robot más impresionante que ha habido. Hay que agradecerle a su director, Junji Shimizu, el que haya respetado nuestros recuerdos creando un episodio más ―con principio y fin― de nuestra querida serie pero para la pantalla grande, con todas las ventajas que ello conlleva en cuanto a medios visuales y posibilidades de profundizar en historia y personajes y que lo haya hecho sin haber roto la magia de la animación empleando técnicas que habrían roto el espíritu original. Exceptuando los paisajes, más realistas, el resto sigue siendo como siempre y eso, al menos para mí, es maravilloso.
La mezcla de tradición y tecnología propia de la cultura japonesa y la modernidad de la serie original ya dotaban a la ambientación de cierta atemporalidad visual que hace que incluso ahora no se vea en exceso desfasada, lo que ayuda a ver la película como algo casi actual, aunque transcurre diez años después del último capítulo. Tras la derrota del Doctor Infierno, ha habido diez años de paz mundial durante los cuales la energía fotónica ha adquirido una importancia enorme, con el Instituto de Investigaciones Fotónicas, dirigido ahora por Sayaka como principal representante. El héroe de guerra Koji Kabuto ha dejado de ser piloto para dedicarse, como su padre y su abuelo, a la investigación y ahora es un brillante científico.
La aparición de una gigantesca estructura en el interior del Monte Fuji, un punto clave en la gestión de la energía fotónica, rompe la utópica situación del mundo, dando comienzo a una aventura en la que Koji Kabuto con el apoyo de un misterioso personaje se enfrentará a su propio interior y a una difícil decisión que le pondrá en la frontera entre el bien y el mal.
En la película nos reencontramos también con Tetsuya y Jun, que siguen en el ejército como pilotos y con otros personajes muy queridos por los seguidores de la serie, que tendrán tanta importancia en la película como la tuvieron antaño, así como con los imprescindibles malvados: el Conde Broken, el Barón Ashura y el Doctor Infierno.
Si queréis saber sí es una película sólo para fans de la serie, os diré que no, ni siquiera es imprescindible haberla visto para sumergirse en ella desde el primer momento. Sin embargo, al mismo tiempo, la cinta de la productora Toei Animation nos ofrece a los mitómanos y nostálgicos lo que demandamos y, además, lo adorna y mejora con unas tramas más profundas, con personajes más introspectivos ―siempre en lucha consigo mismos y con sus relaciones interpersonales― prisioneros de unas circunstancias mentales y laborales que influyen en su carácter y trayectoria vital, inmersos en una historia en la que el bien y el mal están algo más matizados que en la serie y no del todo en función de las veleidades humanas. Las luchas, punto muy importante en este género, cautivarán también a cualquier aficionado antiguo y moderno, tocando nuestros corazones con todos los recursos que conocíamos y algunos nuevos, con un mayor dinamismo, pero con la misma esencia. Una gozada que se redondea con una B.S.O que es puro disfrute, compuesta por Toshiyuki Watanabe, hijo de Michiaki Watanabe, el creador de la B.S.O de la serie.
Como todas las cosas buenas, la película tiene una pega que tengo que mencionar: a pesar de que las mujeres tienen un peso importante en la historia, sigue habiendo algunos detalles demasiado machistas que no puedo pasar por alto, que si bien son típicos de las producciones manga japonesas, me parece que carecen de sentido y buen gusto en estos tiempos. Pero no os asustéis, chicas, no es, ni mucho menos, como para no ir al cine.
En definitiva, si sois aficionados al manga, os gustará y si habéis visto la serie de Mazinger Z también os emocionará. Vedla.